El Douro, un collage de la vida calma
Apaga el móvil, cierra el libro. Y que el paisaje se vaya dibujando. Este viaje será lento, pero en Portugal no puedes tener prisa.
2 de julio de 2024

El tren
Mejor en tren. Si vienes a ver el Douro y Alto Douro, toma el tren desde Oporto, en São Bento. Un tren vetusto como la estación, una especie de vagón de metro soviético, bien restaurado. Siéntate al lado de la ventana y no toques la puerta, porque se abre. Deja que entre el aire, aunque haga frío. Apaga el móvil, cierra el libro. Y que el paisaje se vaya dibujando. Que la temperatura cambie tras los túneles, que baje según el tren sube y que vuelva a subir cuando el valle se despeje. Es lento, pero en Portugal no puedes tener prisa. No uses el tren para llegar, avanza con él, asomado a la ventana del lado derecho, que es donde aparecerá el río Douro cuando sea oportuno. Con él, vienen los olores –churrascos en los apeaderos, sardinas asadas, flores, unas obras–, las imágenes –rocas graníticas primero, que se erigen para perfilar el valle que bordeas y que luego se cubren de vegetación, de viñas y de bancales–. Es ahí, has llegado. No hace falta leer el letrero. Será Régua o quizá Pinhão. Si decidiste seguir, no pasa nada. Superas la presa, cruzas el puente de hierro y, como mucho, llegarás a Pocinho. Vale también. Busca una tasca y que te echen lo que tengan, que va a estar bien.

La tasta
A mí me toca una con vistas a un meandro. Es la época de la poda. Solo hay hombres, que comen en silencio. Beben el vino que cultivan. Abundantes y voluminosos, como su plato, como el paisaje. Admiro la compenetración entre el humano y la naturaleza, el abuso y la escultura mutua de sus cuerpos a lo largo de siglos. Escucho los tenedores, una televisión de fondo, un comentario sobre la cosecha, otro sobre el tiempo, alguien echa cuentas. La rusticidad no es romántica; es brusca y lógica. Se alimenta de detalles prácticos, que otros convertimos en bucólicos. Todo, menos yo, tiene aquí una función. Un avance milenario y milimétrico se acompasa en los eventos del día: llega otro tren, fin de la pausa para comer, sale el barco, cierra el bar. Camino. Camina un poco, descansa, escucha el silencio. El sol parece el director de todo.
La carretera
Tomo ahora un coche, porque a nadie le gusta tanto caminar como para caminar por aquí. Conducir o, mejor, que conduzcan por ti, es, sin embargo, adictivo. Baja de nuevo al río, crúzalo por el puente estrecho de acero. Deja atrás un pequeño puerto, unos baretos, un hotel. Sube, primero a la izquierda, luego a la derecha, adelanta el camión cisterna y acelera para seguir subiendo. Cada recodo abre un paisaje nuevo. El valle se ramifica, las viñas componen un artefacto de geometrías superpuestas que solo los siglos entienden.